No
avisaste y yo lejos,
quedé
perdido en mi pena.
Lo
súbito de tu caída, torció
mis
tobillos , mis palmas magulladas
solo
dejaron de doler, cuando les apliqué
el
bálsamo de tu recuerdo.
me
dejastes mudo, sin charlas de medianoche
sin
interrupciones de salame y Chivas Regal.
Mi
madre se ha quedado sin tu sonrisa,
y
es difícil sobrevivir sin sonrisas
más
allá de los cien.
Seguro
que la luz de tu fé, ilumina la senda
que
ahora sigues,
sin
embargo el mundo que no alcanzamos a arreglar,
sigue
tan desordenado como el río del tráfico en Santiago.
Tentativos
y tal vez más encorvados,
silenciosos pensando en un más proximo viaje,
te
acompañamos al cementerio, compañeros oscuros de traje,
plateados
de sienes. Yo a la distancia más allá del horizonte nórdico,
te
despedimos como hombre bueno que dejó su huella,
que
esparció sus bienes.
Yo,
acá, mas allá de tu nueva casa, escuché tu campanazo
Y
liberé mis lágrimas.
Luis
Fernando Vera
Annandale, Virginia
4 de Septiembre 2013
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