55 Años de Profesión

ULTIMO TRAMO
Ha sido un largo recorrido, lleno de maravillosas experiencias.
No dejemos que se pierdan en el camino.
Este Blog invita a cada uno de los compañeros de la Generación 1967 a contar su historia y compartirla con el resto.

La Verónica: Un testimonio por César Vera

LA VERÓNICA
Un testimonio por César Vera

"Doctor, lo vienen a buscar unos soldados de la FACH !. Están en la puerta del pabellón esperándolo!" , la voz de la pabellonera temblaba y sus ojos claros lucían consternados y húmedos.
"Termino de suturar y salgo".
"No los dejamos entrar al pabellón, doctor, querían entrar a sacarlo de acá!!”.

Era el 21 de Septiembre de 1973. Sabía que ese momento llegaría y me sentía tranquilo. Me esmeré en dejar la mejor sutura de piel a la paciente, me retiré los guantes y la arsenalera me abrazó. El interno que me ayudaba se despidió con una seña y abandonó de inmediato la sala. Crucé un par de palabras con la paciente, quien me felicitó por la anestesia (en aquel tiempo el obstetra ponía la raquídea para la cesárea) y salí a lavarme las manos y ponerme la ropa de calle.

Ya fuera del recinto de pabellones me encontré con tres soldados fuertemente armados, apuntándome. Detrás de ellos un joven que parecía ser el oficial a cargo, me pidió que los llevara a mi casillero y lo vaciaron completamente. Se sobresaltaron al ver el tubo negro del microscopio monocular que utilizaba para el estudio en contraste de fases, de vellosidades coriales, y estuvieron algunos minutos manipulándolo con cuidado mientras me preguntaban que era y para qué servía. Les explique y les pedí que lo volvieran a colocar en su caja de madera, a lo cual accedieron, y lo devolvieron al casillero. Todos los papeles sueltos que había los hojearon y los tiraron en el mismo lugar.

El oficial me pidió mi cédula de identidad y mientras anotaba, di una mirada, por encima de su hombro, al listado que tenía en sus manos. Había una serie de nombres de miembros del servicio y, junto a cada nombre, una lista de anotaciones. Cuando vi lo anotado junto a mi nombre sentí un punzante dolor epigástrico.
"Activista peligroso, comunista (recordar que en esos días los chilenos éramos o "patriotas" o "comunistas"), entrenador de guerrilleros en primeros auxilios, entrenador de guerrilleros con fines bélicos"(nunca he manejado un arma de fuego). Eran cargos para fusilarme. El joven oficial se percató que yo estaba leyendo y me comentó "estas acusaciones las han hecho sus colegas, parece que hay algunos que no lo quieren mucho!”.

Era claro que algunos colegas deseaban sacarme violentamente de su camino, quizás les estorbaba en sus planes de ascenso profesional. Debía ser molesto para ellos que, terminada mi beca académica de especialización, de la Universidad de Chile, la cual no me obligaba a destinación en provincias, hubiese pasado a ser jefe de la Unidad de Embarazo Patológico, desplazando a viejos colegas que llevaban años en el servicio. No me imagino otra razón. El viejo adagio respecto a que los médicos solo se pelean por dinero o por mujeres, no era aplicable a este caso, hasta donde entiendo.

Años más tarde supe quienes habían sido los colegas que elaboraron la lista y escribieron las acusaciones que pudiesen haberme costado la vida. No les guardo rencor. Representan un tipo de médicos, que no ha desaparecido, y que es producto de entender a la carrera médica como un predominio de la técnica por sobre la universalidad y de la competencia desenfrenada por sobre el compañerismo.

Fuimos afortunados que la lista se la entregaran a la Fuerza Aérea y no a otras unidades militares o de carabineros, que en una redada previa habían llevado a algunos funcionarios del Hospital Barros Luco al cerro Chena, desde donde varios no regresaron.

Eramos unos treinta los que subimos a ese autobús militar y fuimos llevados a una cancha de basketball en el Grupo 5 de la FACH. Allí habían muchas otras personas encerradas. Nos quitaron todo lo de valor y documentos y nos hicieron ponernos en cuclillas con las manos detrás de la cabeza. A quien intentaba sentarse le llegaba un culatazo. Estuvimos varias horas allí, agotados, con las piernas entumecidas, viendo llegar a algunos que traían entre varios y los tiraban como bultos al suelo. Nos mirábamos con ojos desorbitados pensando que nos sucedería lo mismo en algún momento. No nos daban agua ni menos algún alimento ni teníamos derecho a ir a un sanitario.

De pronto, a medianoche, nos hicieron levantar, ponernos en fila y nos fueron devolviendo las bolsas de papel con nuestras pertenencias. Nos hicieron salir y vimos que había varios buses esperándonos. No conocía a quienes iban conmigo. Cuando estaba sentado en el bus subió la Verónica Baez, una matrona joven del hospital, quien estaba embarazada. La Verónica le hablaba a uno de los soldados que la empujaba y le decía “¿por que haces esto?, tu eres de la misma clase trabajadora, ¿por que te pones contra tu pueblo?” . La miré y me puse un dedo en la boca, susurrando le dije “cállate, te van a matar”, pero nada, ella estaba inspirada proclamando que el pueblo no podía ir contra sus hermanos. Hasta que se aburrió y se sentó.

El destino era el Estadio Nacional. Llegamos de madrugada, separaron a las mujeres y nos formaron en una hilera, contra la pared, con las manos detrás de la cabeza. Se sentían ráfagas de ametralladora y tiros en las cercanías. Yo no daba más, de sueño y cansancio, así que apoyé la frente contra el muro para intentar dormir un poco.

Desperté porque alguien gritó despavorido “nos van a fusilar!!”. Di una fugaz mirada hacia atrás y vi que habían ametralladoras instaladas apuntándonos. Me dio mucha pena, pues pensé en mis hijos, uno de tres años y la segunda de siete meses, quienes se quedarían sin padre. Varios de la fila se desmayaron.
(Siempre me ha sorprendido esa pasividad con la cual el ser humano prisionero de una fuerza armada, enfrenta su destino mortal. No hay rebeldía sino sumisión ante un desenlace que parece inevitable. Mi principal sentimiento en ese instante era de incredulidad, no concebía que fuese cierta tanta injusticia, no me sentía culpable de algo punible y estaba ahí, dando la espalda a un pelotón de fusilamiento, sin hacer nada, sin defenderme. Actualmente, cuando he observado videos de la fuerza seudoislámica llamada Isis, en que los prisioneros están de rodillas, resignados, mientras los van degollando uno a uno, recuerdo mi experiencia y creo que deben sentir lo mismo. Una enorme incredulidad.)
Hubo risotadas entre los que nos apuntaban, eran los militares a cargo del Estadio, quienes nos estaban dando una recepción “festiva”.

Nuevamente nos requisaron nuestras pertenencias y nos hicieron pasar a un sector por debajo de las graderías. Estaba lleno de bultos negros en el suelo. Hubo un murmullo de pánico “está lleno de muertos!”, me acerqué a uno e los bultos y lo moví con el pié, se destapó y me miró fijamente, “¡llegaron más!, ¡puchas que tiene cara da cadaver amigo!, mire, tiéndase acá en el piso y le convido algo de frazada” . Así lo hice y en pocos minutos ya dormía profundamente. Al día siguiente, mi compañero de frazada me comentó que lo habían atrapado robando, que era “lanza” y que estaba muy asustado porque le habían dicho que iban a matar a todos los ladrones.

Me puse de pie y encontré un grifo medio oculto, tome agua y me lavé la cara. Cuando el resto me vio haciéndolo se formó un tumulto por alcanzar el agua, lo que provocó que los milicos los hicieran alejarse y pusieran a un par de ellos con ametralladora en el piso, resguardando el lugar. Nos avisaron que nadie podía atravesar las lineas imaginarias que marcaban la posición de las ametralladoras. Obviamente no lo hicimos.

Una sensación extraña era que no conocía a la mayoría de los que estábamos ahí encerrados y los pocos colegas que divisé no me devolvieron el saludo. Después me di cuenta que era un mecanismo de protección. Nadie sabía por que el otro estaba ahí encerrado y, por lo tanto, no quería involucrarse. Solo los muy amigos conversaban.

Pasó el tiempo y una mañana nos hicieron subir al las graderías. Era un día de sol y fue una sensación maravillosa sentir el calor y la luz. A poco de estar instalados empezó a entrar gente a la cancha, primero un fuerte contingente que se instaló vecinos a las rejas protectoras y después voluntarias de la Cruz Roja y muchos fotógrafos y camarógrafos. Me acerqué a la reja y le grité a una voluntaria que por favor llamase a mi casa para avisar que estaba en el Estadio, pero me hizo señas que no podía hacerlo. Desilusionado subí y me senté solo en la gradería, rumiando mi enojo.
Varios años después descubrí una fotografía en que aparezco en dicho lugar, sentado solo, enojado..

Al día siguiente volvimos a las graderías y a poco andar, escuché mi nombre por los parlantes ordenado que me presentara a los guardias mas cercanos. Cuando empecé a caminar hacia ellos escuché muchos gritos de ánimo y fuerza de los otros detenidos.
Los guardias me empezaron a conducir hacia la salida y tuvimos que pasar por la gradería en que estaban las mujeres detenidas. Vi a algunas en precario estado que me observaban con ojos de lástima. De pronto una de ellas gritó mi nombre y corrió haciéndose camino hacia mi, entre los guardias que intentaban detenerla. Cuando la tuve al frente vi que era la Verónica. Me tendió su mano que empuñaba dos cigarrillos y me los pasó diciendo “fuerza doctor!”, dándoles fieras miradas a los guardias que la tomaban para alejarla.

En ese instante en que todos parecían no conocerme y apenas me hablaban, el gesto de la Verónica me emocionó muchísimo, se jugaba la vida y apenas pude darle las gracias.

Por ello, este es un testimonio de homenaje a esa valiente mujer idealista, con su juventud llena de solidaridad y compañerismo, dispuesta a darle lo poco que tenía a un amigo, sin importarle el peligro que corrían ella y su bebé.


(Afortunadamente, la admirable Verónica Baez, salvó del Estadio Nacional, vivió fuera de Chile, regresó, fue Presidenta del Colegio de Matronas, mantiene el espíritu luchador de toda su vida. Es la esposa de nuestro compañero Froilán Fernandez Sanchez).

Estadio Nacional, Septiembre 1973: Sentado, solo, enojado, con la chaqueta en los brazos


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